Instinto vs Automatismo


Desde el comienzo de mi carrera militar, antes de conocer con mis ojos el mundo de las operaciones especiales, cuando apenas estaba aprendiendo como ponerme el uniforme y apretar las botas, he escuchado decir -y creer- que un buen soldado necesita poseer automatismos propios, para reaccionar, de forma eficaz y eficiente a una amenaza, un ataque o cualquier contingencia operativa, sin tener que pensarlo.

De vez en cuando, he escuchado algunos militares, sostener que no es suficiente hablar de automatismo, porque según la definición, en un proceso automático hay que involucrar de todas maneras el sistema nervioso, y esto es relativamente demorado, entonces lo más apropiado, en una situación de crisis, sería dejarse guiar del instinto, con el requerimiento que este instinto hay que mudarlo, hay que aportarle nociones de táctica, para que, en el momento de extrema necesidad, el instinto enriquecido, pueda sacarnos del “pantano”.

Personalmente, en todos mis años en uniforme, he tenido la oportunidad de entrar en contacto con un gran número de docentes e instructores militares, de varias nacionalidades, edad, experiencias. Me he demorado muchos años en elaborar una opinión clara sobre este tema.
Hoy, casi en mis cuarenta, con un numero bastante alto de experiencias extremas -tiroteos, atentados, emboscadas, heridos, muertos, traumas, sustos…- desde las cuales he siempre salido con mis piernas (literalmente), he desarrollado una doctrina peculiar sobre el tema.
Creo, y como siempre es solo mi opinión, que el tema hay que enfocarlo desde otro punto.

Un instinto es algo de irracional, y no creo que sea fácil poderlo modificar o entrenar como uno quiera. Es lo que nos permitió sobrevivir desde la antigüedad, utilizando los conocimientos y las bases primordiales. En medicina cuando se habla de instinto, normalmente es para explicar el funcionamiento hormonal en caso de peligro. Dos hormonas, epinefrina y norepinefrina, son las hormonas de la sobrevivencia. En caso de un ataque, en los mamíferos, se produce una abundante cantidad de estos hormones (adrenalina), que ayudan el organismo en simplificar todo, dejando solo dos posibilidades de acción: “fight or fly”, pelear o volar. Nada más. El organismo, si se deja guiar únicamente de su instinto, tendrá estas dos opciones, o pelea con lo que él conoce y ha practicado por toda su existencia, o sale corriendo lo más pronto y rápido posible. Hay un pequeño particular relativamente a la opción del combate. Nuestras dos hormonas “de las emergencias” nos permiten más fuerza, rapidez y agresividad, sin embargo, al mismo tiempo, nos quitan cualquiera racionalidad analítica, o posibilidad de elaborar un plan nuevo, de pronto indispensable, porque es por culpa del plan inicial que ahora estamos en una situación de emergencia. En pocas palabras, cuando el cuerpo está bombeando adrenalina, no podemos hacer nada de complicado o nuevo.
Es fácil imaginar, que estas limitaciones puedan ser fatales en un entorno de alto riesgo y complexidad, como la mayoría de los ambientes donde las fuerzas especiales tienen que moverse, trabajar y ejecutar misiones.
Según la mayoría de los formadores militares, nos quedaría la segunda opción, los automatismos.

Estos son el resultado de los entrenamientos, de las experiencias y de las practicas en un determinado medio. Efectivamente, se presenta como una opción mas racional que el puro instinto. Existe la posibilidad de entrenarlo y formarlo, un automatismo. Se necesita tiempo y energía, pero es una función que se puede elaborar. De todas formas, queda una falla. Es cierto que, en un plazo de tiempo largo, puedo crear varios automatismos para reaccionar a cientos de situaciones…es igualmente cierto, que, terminado el entrenamiento, y catapultado en la vida real, habiendo entrenado pro 100 posibles escenarios, voy a caer en el numero 101, lo cual podría ser algo de nuevo e inesperado, o una mezcla de otras situaciones que sí, se habían considerado, pero individualmente.

Desde estas consideraciones nace mi mantra.

La solución no está seguramente en dejarse transportar del instinto ni tampoco intentar de prepararse para las infinidas posibilidades que se podrían encontrar en el mundo real.
Hay que utilizar la parte racional de nuestro ser, nada de primordial ni automático. El instinto podría llevarnos a correr, cuando hay que quedarse, y el automatismo podría llevarnos a disparar a una persona solo porque actúa de forma similar o le que he visto entrenando, sin necesariamente representar una amenaza.

La parte racional, nuestro cerebro, puede analizar, adaptarse y crear soluciones en el momento de la bisoña, nos permite de comunicar y mejorar en tiempo real. El inconveniente es el tiempo.
El sistema racional puede demorarse algunos segundos para solucionar un problema, y si el problema es materializado en forma de terrorista, en un cuarto, que quiere dispararme, 1 o 2 segundos, para entender si hay que neutralizar o no la posible amenaza, podrían ser demasiado tiempo.
La buena noticia es que el sistema racional se puede entrenar. Es posible entrenarlo en solucionar ecuaciones siempre mas complejas en tiempos reducidos. Cuesta muchísimo esfuerzo y tiempo, mas que cualquiera otra forma de ejercicio, pero es asequible.

Un ejemplo personal: en los primeros días de curso CQB (Close Quarter Battles, combatimientos en ambientes limitados), parte de la formación básica para operador de fuerzas especiales, nos enseñaron a ingresar por una puerta abierta, en un cuarto con iluminación, y disparar a un blanco de papel, posicionado al centro del muro frente a la puerta. En mis últimos años de operador, uno de los entrenamientos era ingresar de noche en un cuarto oscuro, con puerta cerrada, con en su interior, esperándote, un terrorista armado, otro terrorista que se te tiraba encima, peleando con toda su fuerza, y un rehén, que posiblemente podía salir corriendo al momento de abrir la puerta, o simplemente quedarse parado al centro del cuarto, poniéndose entre los terroristas y el equipo de operadores. El objetivo era, eliminar el terrorista armado, inmovilizar el peleador (sin matarlo) y asegurar e identificar el rehén. Esta es una situación extrema donde, tanto el instinto que un automatismo equivocado podrían representar un fracaso.

Uno de los mejores instructores que me formó, y desde el cual he tenido la oportunidad de aprender muchísimo, decía, <<cualquier soldado puede asaltar una casa y disparar a todo lo que se mueve en su interno, pero son muy raros lo que pueden identificar a cuál amenaza hay que dispararle, a cuál inmovilizarla y a cuál simplemente hablarle>>.

Siguiendo esta doctrina, de utilizar el raciocinio en todas las situaciones de alto riesgo, en los años, se va modificando también parte del instinto.
Por ejemplo, entrando en un bar para tomar una cerveza se notan situaciones y personas que un hombre regular no notaria, se perciben posibles amenazas antes que estas se manifiesten completamente. Desde hace poco tiempo me he dado cuenta de un automatismo que se me ha creado, gracias a mi profesión y experiencia. Caminando en la calle, o en un centro comercial, sin nada de especifico que hacer, mi mirada se enfoca siempre en un detalle, las manos de las otras personas. No es una búsqueda obsesiva, simplemente, sin hacerlo voluntariamente, mis ojos siempre caen en las manos de los que me pasan alrededor.
Esta parte automática o instintiva creo que sea una consecuencia natural de un determinado estilo de vida profesional. Lo que tiene que quedar firme es no dejarse transportar de los instintos o automatismos en ningunas circunstancias.
Es importante conocer los efectos de la adrenalina, tener conciencia de cómo nos pueda afectar, porque, así como el miedo, la adrenalina es una reacción natural e indispensable del organismo a una situación de peligro real. Hay que tener la capacidad de controlar tanto el miedo, que las hormonas, y direccionar los efectos positivos de ambos hacia la solución racional del problema.
No siempre es fácil, o inmediato, pero con mucha dedición y entrenamiento se puede lograr, hasta en situaciones increíbles, sin perder el control.

Caída Libre - HALO/HAHO (2)

Les presento un nuevo vídeo de un salto con paracaídas de entrenamiento.



El salto se ejecutó desde un avión de la aviación militar italiana en Italia.
El salto es relativamente sencillo, esta vez sin equipo táctico ni armas. La altura es de 18.000 pies.
Esta actividad fue parte de un proceso de entrenamiento de preparación a una actividad internacional de paracaidismo con procedimiento a oxigeno.


En el vídeo se puede notar que hay mucho tiempo (y espacio) entre los paracaidistas, en siguientes saltos se realizaron varias tareas, formaciones en aire, circuito sincronizados en aterrizaje, y lo mas importante: formación de navegación. Desafortunadamente algunos vídeos no lo podré publicar por razón de seguridad y secreto de los procedimientos del los equipos de fuerza especial.

Por el momento espero que el vídeo sea interesante...lo mas bonito creo que sea la salida de la puerta...y un par de ejercicios en caída.

Soledad.


¿Es posible sentirse solo, aun si estas rodeado de muchas personas, y un número muy elevado de ellas te quieran y te consideren parte de sus familias?

Hace 15 años ni se me ocurría hacerme tal pregunta, parecía una locura de película romántica de tercera clase. Ahora, esta duda se crea sola, y más pasa mi tiempo como civil, común y corriente, más entiendo, que tristemente me siento solo. No importa cuantos conocidos o familiares pueda tener, la soledad que siento es algo de profundo e íntimo. Algo, que solo personas que hayan vivido experiencias a lo extremo pueden alcanzar a entender.

Frecuentemente, cuando estoy solo, físicamente solo, la mente vuela a compañeros y situaciones lejanas, en el tiempo y en la distancia.

La nostalgia se vuelve intensa. No me hace falta el trabajo en si mismo, pero si me hacen falta algunas personas, mas que eso, me hace falta la relación que tuve con muchos de los camaradas, casi todos con los cuales me encontré a operar junto, brazo a brazo.

A veces, vuelvo a vivir emociones probadas en momentos de peligro, o me rio, acordándome las reacciones de mis amigos a algo de inesperado.

Es cuando la mente regresa al presente, que aumenta la melancolía.

Hoy en día, no me puedo quejar de mi vida. Tengo mucho tiempo libre para disfrutar de mi familia, tengo un trabajo activo que me gusta, y tengo muchos conocidos y parientes que me acompañan.

Lo que ya no tengo son las relaciones humanas con mis hermanos. No tengo mas ese entendimiento, ese enlace, que solo se puede construir sufriendo y viviendo el peligro juntos.
Hubo varias situaciones, de vida real, en las cuales, con algunos compañeros, no fue necesario gastar ni una palabra, una simple mirada o un gesto eran suficientes  para entender lo que había que hacer, o como íbamos a salir de una situación crítica.

En mi destacamento, un equipo de 8-12 operadores, y mas en general en mi unidad, se conocían las fortalezas y las debilidades de todos, se sabía quién tenía una formación técnica de un determinado nivel, y hasta donde podía llegar su competencia, y jamás nadie se atrevía a dudar de las acciones de un compañero. Por ejemplo, si el operador de las comunicaciones, decía que se podía establecer una comunicación con un determinado aparato, en una determinada zona, no había duda que se pudiera lograr. Si yo, como paramédico de destacamento, opinaba que era una buena solución llevar un determinado equipo por una especifica operación, la pregunta no era “¿vale la pena llevar ese peso adicional?”, si no “¿cómo vamos a distribuir el peso extra?”.

Confiar en tu gente, en tu comandante, en tu compañero, hasta en el operador más joven y recién llegado, es vital en esta profesión.

No puedo contar cuantas veces he puesto mi vida en las manos de los demás, y cuantas vidas he tenido la responsabilidad de proteger.
Todas estas experiencias crean un vinculo entre hombres que es mas fuerte e intenso de cualquier amistad o parentesco.

Hoy día, me encuentro con conocidos y parientes que, por desconocer mis capacidades y mi preparación, me preguntan si soy capaz de hacer un vendaje por una distorsión a un tobillo o desinfectar una herida. Ignorando que no hace mucho tiempo, en lugares lejanos e incomodos, me tocaba hacer procedimientos médicos invasivos, para salvar vidas, procedimiento que en situaciones ordinarias son de competencia de un medico en una sala de emergencias de un hospital, con todos los equipos, enfermeros y asistentes necesarios, y yo lo hacía, de pronto solo y con un equipo esencial que me cargaba en una mochila de 10 kg, a veces después de días de camino, o después de un violento tiroteo.

Cuando me pasa eso trato de no preocuparme, de no hacer caso a las personas que dudan (no por maldad, si no por desconocimiento) de mí. Desafortunadamente es muy difícil lograrlo. Y como soy extremamente orgulloso de mis capacidades y experiencias, me crece una frustración latente y silenciosa. Intento disimular con una sonrisa, pero no se cuanto eficaz sea, es posible que se note una vena de intolerancia en mi rostro.

Desafortunadamente ignoro cual pueda ser una solución para no sufrir en estos contextos, de pronto solo debo ser paciente, que el tiempo me ayude a superar, y llegaré al punto de no darme ni cuenta de cuando alguien dude de mis capacidades.
Espero que sea así, porque no quiero vivir frustrándome cada vez que esto vuelva a pasarme.

Por el momento puedo solo esforzarme en superar el momento, y una vez mas tengo que agradecer a mi familia por apoyarme en esta transición,  sin ellos, en particular mi esposa, todo sería enormemente más complicado.

La Violencia.


Hay personas intrínsicamente violentas, al otro opuesto, hay personas que no tienen la capacidad de lastimar a nadie, ni físicamente, ni verbalmente, y en algún lugar en el medio, hay el operador de fuerza especial.
No importa que el operador sea de naturaleza tranquila y pacífica, o que sea un “peleón de bar”. Una de las características humanas mas importante y necesaria para ser un excelente operador es la capacidad de discernimiento, ósea entender y actuar de acuerdo a la circunstancia y a la situación.
El operador tiene que diferenciar cuando sea necesaria la violencia y aplicarla en la forma más rápida y agresiva posible, por ejemplo, para neutralizar una amenaza, y al mismo tiempo tiene que mantener la calma y “someterse” a un insulto o al lanzamiento de piedras de parte de niños, pasando en un pueblito Afgano.
Equivocarse en la aplicación de la fuerza en ambos casos puede seguramente causar problemas, en algunos casos fatales…

Para poder cumplir con este requerimiento se necesita un elevado autocontrol, y madurez…dos características muy raras de encontrar en un muchacho de 26 años, que acaba de cumplir con mas de 24 meses del entrenamiento y capacitación más dura físicamente y psicológicamente que un ser humano pueda imaginar.
Saliendo del curso de calificación para operador, la sensación es de haber alcanzado algo de casi imposible, y, a ratos, uno se puede sentir invencible. A distancia de años, y definitivamente con la mente fría, y más años de experiencia y madurez, sin embargo, sigo pensando que esas sensaciones no eran tan lejanas de la verdad.
Personalmente he tenido que madurar mucho también en este aspecto.
Lo que encontré más complicado nunca estuvo la aplicación de la violencia. De pronto porque, una persona que escoja este camino, una de las cosas de que tiene que ser consciente es la necesidad de violencia y el resultado que tal violencia puede llevar, a respecto proprio y de los compañeros, y obviamente de los enemigos.
Al principio de mi carrera encontré complicado el no-actuar, y dejar pasar. En verdad, en ambiente laboral, siempre estuvo relativamente sencillo, sobre todo porque el joven INCURSORE (operador) siempre trabaja junto con otro mas viejo, tanto de edad que de servicio, y este tiene la responsabilidad de guiar y asesorar el joven.
Lo que me salió complicado era no actuar, en particular cuando tenía la conciencia que una aplicación de una bien merecida fuerza-violenta podía hacerme ganar la situación de forma rápida, afuera del trabajo.
El caso más emblemático se me ocurrió en un invierno en Italia, recién regresado de una misión, donde, por necesidad, la violencia había sido aplicada repetidamente.
Era una mañana fría, y con mi papa, y dos perros fuimos a caminar en una zona de montaña cerca de la casa. Después de un tiempo y de mucha charla atrasada por el tiempo que había pasado al exterior, llegamos a un potrero, y allí nos encontramos con dos cazadores (armados) y otros dos perros.
Mis perros empezaron a correr, y lo mismo hicieron los perros cazadores, y los cuatro se encontraron a una distancia intermedia entre las dos parejas.
Inmediatamente empezamos cada uno a llamar sus propios animales, mientras tanto, corriendo rápido, alcancé a los animales que habían empezado una pelea que era algo entre juego y serio.
Al llegar, me tiré de rodilla, y cogí mi perro, el mas grande, y con un grito alejé el otro más pequeño. En un momento las otras tres personas llegaron, y uno de los cazadores hubo la peor idea posible en ese momento, disparó un tiro con su fusil hacia arriba.
Estoy seguro que lo hizo por ignorancia y porque tenía miedo por su perro. Pero ese gesto, prendió un interruptor en mi personalidad.

En una fracción de segundo estaba claro lo que iba a hacer:
Primero inmovilizar uno de los dos perros ajenos, lo cual, por el disparo, se había excitado hasta más, y estaba listo a morderme, segundo el cazador con su fusil todavía caliente, se encontraba parado a menos de un brazo de distancia, lo más rápido era cogerle la pierna con una mano, debajo de su rodilla, y con un golpe rápido de puño y codo, doblarle la articulación, y hacerlo derrotar frente a mí, quitándole la arma, para apuntarla al segundo cazador, que se mantenía a una distancia superior.
La decisión ya estaba tomada, tocaba actuar…
El primer paso lo ejecuté rápidamente y con decisión, así como otros pasos de pura violencia, ya los había practicado en entrenamiento y en la vida real, en un momento el perro, con sus dientes apuntitos estaba acostado en el piso, con una rodilla mía que le bloqueaba la cabeza, y sin ni pensarlo, ya iba coger la pierna del idiota col fusil, cuando un grito y un contacto desde atrás me hizo detener.
Mi padre, creo, que había entendido lo que podía pasar, gritó de parar y me puso una mano sobre mi hombro. Lo mas raro, es que, hasta hoy día, después de más de diez años, no tengo el recuerdo o la sensación, que me puso la mano para bloquearme con fuerza, si no para comunicar que él estaba allí, y que nada de mal iba a pasar.
Gracias a su mano y su voz autoritaria, paré mi plan de ataque.

El cazador que había disparado era en shock, intentó decir algo, pero no se le podía entender. El otro cazador, que probablemente había conciencia que su amigo había exagerado, me quito el perro de abajo mi rodilla y se movió de lado, como para meterse afuera de mi portada.
En ese momento me di cuenta que si la reacción del cazador que disparó estuvo inapropiada, la mía iba a ser extrema, y peligrosamente exagerada.
Entonces, respiré, se me bajó la agresividad, y con voz firme, hacia al hombre con el gatillo fácil, dije “mejor te vallas, porque si vuelves a disparar cerca de mí, hago desaparecer a ti y tu arma”.
El hombre quedó más pálido de lo que ya era, y su compañero, arrastrándolo por un brazo se lo llevo, sin decir nada.
Por fin me pude parar, mi papa, mirándome en los ojos, con su mirada dura y racional, lo único que dijo fue: “no es necesario”.

La verdad me demoré otro rato para volver a un estado de calma, y estoy particularmente agradecido de no haber encontrado los dos cazadores solo. Es probable que hubiera ganado el encuentro, pero a cuál costo?

En los años adentro de mi unidad, y también en situaciones del diario vivir, he aprendido que cada vez que te alistes para una pelea hay que llevar dos bultos, uno para los golpes que se dan, y otro para los golpes que se reciben. Porque la verdad es que nunca hay un encuentro donde no se reciba un golpe, se eso físico o moral.
En fin, nunca val la pena pelear, a menos que no se para salvarse la vida.