Hay personas intrínsicamente
violentas, al otro opuesto, hay personas que no tienen la capacidad de lastimar
a nadie, ni físicamente, ni verbalmente, y en algún lugar en el medio, hay el
operador de fuerza especial.
No importa que el
operador sea de naturaleza tranquila y pacífica, o que sea un “peleón de bar”. Una
de las características humanas mas importante y necesaria para ser un excelente
operador es la capacidad de discernimiento, ósea entender y actuar de acuerdo a
la circunstancia y a la situación.
El operador tiene que
diferenciar cuando sea necesaria la violencia y aplicarla en la forma más rápida
y agresiva posible, por ejemplo, para neutralizar una amenaza, y al mismo
tiempo tiene que mantener la calma y “someterse” a un insulto o al lanzamiento
de piedras de parte de niños, pasando en un pueblito Afgano.
Equivocarse en la aplicación
de la fuerza en ambos casos puede seguramente causar problemas, en algunos
casos fatales…
Para poder cumplir con este requerimiento se necesita un elevado autocontrol, y madurez…dos características muy raras de encontrar en un muchacho de 26 años, que acaba de cumplir con mas de 24 meses del entrenamiento y capacitación más dura físicamente y psicológicamente que un ser humano pueda imaginar.
Saliendo del curso de calificación
para operador, la sensación es de haber alcanzado algo de casi imposible, y, a
ratos, uno se puede sentir invencible. A distancia de años, y definitivamente
con la mente fría, y más años de experiencia y madurez, sin embargo, sigo
pensando que esas sensaciones no eran tan lejanas de la verdad.
Personalmente he
tenido que madurar mucho también en este aspecto.
Lo que encontré más
complicado nunca estuvo la aplicación de la violencia. De pronto porque, una
persona que escoja este camino, una de las cosas de que tiene que ser consciente
es la necesidad de violencia y el resultado que tal violencia puede llevar, a
respecto proprio y de los compañeros, y obviamente de los enemigos.
Al principio de mi
carrera encontré complicado el no-actuar, y dejar pasar. En verdad, en ambiente
laboral, siempre estuvo relativamente sencillo, sobre todo porque el joven
INCURSORE (operador) siempre trabaja junto con otro mas viejo, tanto de edad que
de servicio, y este tiene la responsabilidad de guiar y asesorar el joven.
Lo que me salió
complicado era no actuar, en particular cuando tenía la conciencia que una aplicación
de una bien merecida fuerza-violenta podía hacerme ganar la situación de forma rápida,
afuera del trabajo.
El caso más emblemático
se me ocurrió en un invierno en Italia, recién regresado de una misión, donde,
por necesidad, la violencia había sido aplicada repetidamente.
Era una mañana fría, y
con mi papa, y dos perros fuimos a caminar en una zona de montaña cerca de la
casa. Después de un tiempo y de mucha charla atrasada por el tiempo que había pasado
al exterior, llegamos a un potrero, y allí nos encontramos con dos cazadores
(armados) y otros dos perros.
Mis perros empezaron a correr, y lo mismo hicieron los perros cazadores, y los cuatro se encontraron a
una distancia intermedia entre las dos parejas.
Inmediatamente empezamos
cada uno a llamar sus propios animales, mientras tanto, corriendo rápido, alcancé
a los animales que habían empezado una pelea que era algo entre juego y serio.
Al llegar, me tiré de
rodilla, y cogí mi perro, el mas grande, y con un grito alejé el otro más pequeño.
En un momento las otras tres personas llegaron, y uno de los cazadores hubo la peor
idea posible en ese momento, disparó un tiro con su fusil hacia arriba.
Estoy seguro que lo
hizo por ignorancia y porque tenía miedo por su perro. Pero ese gesto, prendió
un interruptor en mi personalidad.
En una fracción de segundo estaba claro lo que iba a hacer:
Primero inmovilizar uno
de los dos perros ajenos, lo cual, por el disparo, se había excitado hasta más,
y estaba listo a morderme, segundo el cazador con su fusil todavía caliente, se
encontraba parado a menos de un brazo de distancia, lo más rápido era cogerle
la pierna con una mano, debajo de su rodilla, y con un golpe rápido de puño y
codo, doblarle la articulación, y hacerlo derrotar frente a mí, quitándole la
arma, para apuntarla al segundo cazador, que se mantenía a una distancia
superior.
La decisión ya estaba
tomada, tocaba actuar…
El primer paso lo
ejecuté rápidamente y con decisión, así como otros pasos de pura violencia, ya los había practicado
en entrenamiento y en la vida real, en un momento el perro, con sus dientes apuntitos
estaba acostado en el piso, con una rodilla mía que le bloqueaba la cabeza, y
sin ni pensarlo, ya iba coger la pierna del idiota col fusil, cuando un grito y
un contacto desde atrás me hizo detener.
Mi padre, creo, que había
entendido lo que podía pasar, gritó de parar y me puso una mano sobre mi hombro.
Lo mas raro, es que, hasta hoy día, después de más de diez años, no tengo el
recuerdo o la sensación, que me puso la mano para bloquearme con fuerza, si no
para comunicar que él estaba allí, y que nada de mal iba a pasar.
Gracias a su mano y su
voz autoritaria, paré mi plan de ataque.
El cazador que había disparado era en shock, intentó decir algo, pero no se le podía entender. El otro cazador, que probablemente había conciencia que su amigo había exagerado, me quito el perro de abajo mi rodilla y se movió de lado, como para meterse afuera de mi portada.
En ese momento me di
cuenta que si la reacción del cazador que disparó estuvo inapropiada, la mía
iba a ser extrema, y peligrosamente exagerada.
Entonces, respiré, se
me bajó la agresividad, y con voz firme, hacia al hombre con el gatillo fácil, dije
“mejor te vallas, porque si vuelves a disparar cerca de mí, hago desaparecer a
ti y tu arma”.
El hombre quedó más pálido
de lo que ya era, y su compañero, arrastrándolo por un brazo se lo llevo, sin
decir nada.
Por fin me pude parar,
mi papa, mirándome en los ojos, con su mirada dura y racional, lo único que dijo
fue: “no es necesario”.
La verdad me demoré otro rato para volver a un estado de calma, y estoy particularmente agradecido de no haber encontrado los dos cazadores solo. Es probable que hubiera ganado el encuentro, pero a cuál costo?
En los años adentro de mi unidad, y también en situaciones del diario vivir, he aprendido que cada vez que te alistes para una pelea hay que llevar dos bultos, uno para los golpes que se dan, y otro para los golpes que se reciben. Porque la verdad es que nunca hay un encuentro donde no se reciba un golpe, se eso físico o moral.
En fin, nunca val la pena
pelear, a menos que no se para salvarse la vida.